Este tipo de fuego tampoco se para a pensar porque utiliza sus neuronas como leña para alimentar su propia ira. Es como una especie de automatismo, hasta tal punto que cuando termina de trabajar se convierte en mil pedacitos grises y sus lágrimas se disfrazan de un humo tenue y pegajoso, y se queda desecho sin fuerzas que le sirvan para algo más que para soportar encima de él a otro fuego tanto o más potente como lo fue él.
Reducidos a cenizas, no somos más que el sustento de los vivos.
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