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lunes, 16 de agosto de 2010

.Prometí escribirle la mejor de las historias, mostrarle el reverso de mi corazón, que estaba cubierto de algodón por dentro.
El otro día lo ví (después de tanto tiempo) y me costó mucho intentar parecer natural delante de él y de sus palabras como cuerpos, y cuando digo mucho probablemente no entiendan la intensidad con la que lo refiero.
Se me antojó pensar después de aquella noche que justo cuando nos encontramos en una situación complicada es cuando, casi sin notarlo, escribimos las mejores historias. A menudo los ojos se convierten en la pluma, y la tinta se desliza por las pestañas, esparciéndose a través del espacio que dista entre dos cuerpos, y llegando a atrapar al otro interactor.
Dependiendo de cómo escriban nuestros ojos, al contrincante se le atrapa de un modo u otro, y ganar la partida, dependiendo del contexto, tiene relación en gran medida con las distancias que guardamos.
Os prometo que, si supieseis cómo son sus ojos, su pelo, su voz y las formas de su cuerpo, entenderíais, aunque sólo fuese una pequeña parte, mi sensación de pérdida cada vez que se marcha. Porque el vacío que acostumbra a dejar su ausencia es nuestra distancia al final de una conversación multiplicada por el número que va antes de llegar al infinito.

viernes, 6 de agosto de 2010

Estábamos en la terraza tomando alcohol cuando me preguntó por qué, así sin más.
Yo estaba con las manos apoyadas en la barandilla helada, sintiendo los huesos del Febrero más tibio de mi breve existencia, y le pregunté que por qué qué en concreto.
Empezó otra vez con esa jodida risa que me provocaba una horrorosa y violenta incertidumbre, y, sólo cuando vio un destello iracundo en mi mirada, sosegó y me preguntó: por qué estamos aquí? Pensé que estaba de un existencialista profundo y quise regalarle algún dardo mordaz, pero en seguida continuó expresándome lo rara que se le presentaba aquella situación, diciendo algo como que éramos dos personas de tiempos distintos y mundos parecidos que estaban ligados por una soga invisible más resistente en un lado que en otro que podía vencerse en cualquier momento.
No voy a negarles que aquello me sorprendió, estaría mintiéndoles.
Me acerqué un poco a él, lo suficiente para tocarle la barbilla, y le dije que el amor era puramente irracional, y que ahí encontraba yo la respuesta a su pregunta.

martes, 3 de agosto de 2010

.Una vez me contó en medio del café que follar con él era distinto, y no supe qué cara poner.
Empezaré desde el principio, de acuerdo.
Habíamos quedado en mi cafetería preferida, que solía estar llena siempre pero aquel día parecía haber sufrido un exterminio, porque no había ni rastro de otra vida humana ajena a la de la camarera.
Pedí mi clásico solo con hielo de verano y ella pidió su clásico café vainilla. Empezó a contarme de los de aquí, de los de allá, y de los de más acá hasta que llegó a él.
Me dijo que había conocido a alguien completamente maravilloso que le hacía sentir especial, y supuse que era uno de esos romances pasajeros que acostumbraba a coleccionar, hasta que me dijo su nombre y sus atributos físicos, y tuve que disimular muchísimo, pero aún así tuve que justificar mi expresión diciendo que la descripción no coincidía con el tipo de chicos que ella acostumbraba a frecuentar.
Me dijo que en eso precisamente estaba la gracia, en que era algo completamente revolucionario para ella, algo que había conseguido romper por completo todos sus esquemas. Le dije que sí, que era maravilloso, y entonces fue cuando empezó a hablarme de sus vaivenes de índole carnal.
Empezó a contarme lo maravilloso que era hacer el amor con él (porque hacían el amor en lugar de follar), y yo, mientras escuchaba su voz como un murmullo lejano, recreaba en mi mente mis momentos junto a él.
Ella no paraba de hablar, se la veía emocionadísima de veras, y yo, que estaba al borde de una taquicardia severa, concluí esa conversación diciendo que nos habíamos pasado la vida intentando encontrar al tipo que fuese bueno en la cama y que tuviese un comportamiento adecuado en todolodemás, y que cuando lo encontramos igual se desvanece pronto por cualquier estupidez.
Entonces se quedó muy seria, le dije que yo pagaría la cuenta y que tenía que irme inmediatamente.
Si están pensando en que lo primero que hice tras salir de la cafetería fue derrumbarme, se equivocan, lo primero que hice fue llamarlo para preguntarle si era feliz con su nueva chica, y su respuesta fue que sí, que era la mitad de feliz de lo que lo fue conmigo, y eso le hacía sentir el hombre más afortunado del mundo.

domingo, 1 de agosto de 2010

.Recuerdo que en aquel pequeño comedor estábamos reunidas muchas personas, yo sólo conocía a una de ellas y miraba con curiosidad al resto. Miraba también el dibujo que estaba al lado de la ventana que tenía enfrente, los carteles antiguos y las puertas de una madera blanca que parecía ser mucho más vieja que el suelo de aquella ciudad.
El dueño de la casa se llamaba Ramón, y su pelo era de esos que a una no se le olvidan fácilmente. Recuerdo que llegó de una de las habitaciones con un portátil y lo abrió como si estuviese descorchando una botella de vino para celebrar algo muy importante. Abrió su carpeta de música y nos sirvió a todos una copa de rock indie.
Fue curioso, porque en aquel ambiente conseguí sentirme especialmente bien, aunque no conociese apenas a nadie y no fuese la situación más cotidiana del mundo, pero se desprendía un ambiente tan sincero que sentirse incómoda hubiese sido una enorme falta de educación.