Yo estaba con las manos apoyadas en la barandilla helada, sintiendo los huesos del Febrero más tibio de mi breve existencia, y le pregunté que por qué qué en concreto.
Empezó otra vez con esa jodida risa que me provocaba una horrorosa y violenta incertidumbre, y, sólo cuando vio un destello iracundo en mi mirada, sosegó y me preguntó: por qué estamos aquí? Pensé que estaba de un existencialista profundo y quise regalarle algún dardo mordaz, pero en seguida continuó expresándome lo rara que se le presentaba aquella situación, diciendo algo como que éramos dos personas de tiempos distintos y mundos parecidos que estaban ligados por una soga invisible más resistente en un lado que en otro que podía vencerse en cualquier momento.
No voy a negarles que aquello me sorprendió, estaría mintiéndoles.
Me acerqué un poco a él, lo suficiente para tocarle la barbilla, y le dije que el amor era puramente irracional, y que ahí encontraba yo la respuesta a su pregunta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario