CC

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

lunes, 19 de julio de 2010

.Sé que, por definición, el olvido hace referencia a un proceso que nos expone a la pérdida selectiva (o completa) de la memoria, pero, no sé, yo creo que es algo más complicado.
Empezaré desde el principio para que se hagan una idea, no es demasiado fácil, tampoco quiero que piensen que va a ser complicado, no. Me refiero a que es extraño, basta con hacerse una idea y asimilarla, no hay más.
Les contaré cómo comenzó toda esta falacia que terminó siendo una paradoja, los conceptos aquí evolucionan con la historia, sí, como las personas. Son una especie de actantes, desempeñan un papel fundamental.
Al principio no me daba cuenta, creía que tenía cosas más importantes que pensar, pero no se imaginan lo equivocada que estaba. Más tarde lo entendí.
Empezó como uno de esos juegos típicos de película francesa de cine independiente, ya saben, una idea desarrollada que no seguía las coordenadas de ningún otro dogma y cuya constante formal era que todo el celuloide estaba impregnado de un extraño color verde. Me refiero a que en un momento determinado imaginé algo que, aunque en un principio quedó a un lado, posteriormente sería desarrollado como otra realidad que dio mucho sentido a mis días y que, en parte, justifica mi actual estado.
Apareció mucho antes de yo desarrollar la idea en cuestión, en concreto catorce meses antes, pero mi imaginación se veía demasiado débil para traspasar fronteras, claro, que yo tenía otros planes diferentes. Apareció, como les decía, con sus ojos de un color que no existe, o que al menos no sé definir, con su coche de un color que tampoco existe o que tampoco sé definir, y su voz de un tono que, aunque sí existe, tampoco sé definirla con exactitud.
Sí, apareció así, y un día decidí incluirlo en mi guión para convertirlo en una especie de antihéroe al que fulminaría dos secuencias más tarde (aunque, como siempre ocurre, la cosa se alargó más de lo previsto). Era una mediodía de Noviembre y el azar o nosotros mismos decidimos sentarnos uno frente a otro a comer con ocho personas más, y así empezó nuestra primera conversación, que, aunque no tuvo nada de interesante, nos llevó a contraer una especie de lazo que yo interpreté como matrimonio, pero esto vendría más tarde.
Pasaron dos meses en los que yo viví en la más absoluta inopia, o al menos eso opina el instinto que me lleva a interpretar todo como si fuese literatura. Poned que han pasado dos capítulos que contenían el hecho de mentalizarse de que otra historia ajena a esta había terminado y unas Navidades lúgubres (como todas las Navidades).
Ahora estamos en un Enero frío como un hierro en la madrugada noruega, y, de repente, una coincidencia en un pasillo me hizo caer del nido y ver que, efectivamente, había otra realidad. Es como si al caer hubiese atrapado también la manta que cubría aquella especie de quimera. Me encontré con un esposo, una hipoteca que nunca pagaría y un planning que me obligaba a hacer la cena los martes y los jueves.
Supongo que sabéis cómo funciona un matrimonio, no hace falta que dé muchas explicaciones, pero voy a deciros que fueron unos meses de absoluto caos, un caos muy agradable, todo hay que decirlo, que me llevó a maravillarme casi con cualquier cosa.
Con esto quiero decir que practicábamos todo lo que en un matrimonio se practica, desde ir a hacer la compra hasta hacer el amor hasta perder la cuenta, pasando por discutir al menos cinco veces por semana.
Y, de repente, un día dejé que alguien me rompiese la quimera. Llegó dos días antes y le di permiso, habiéndome prometido a mi misma que todo estaba bien, que esa quimera iba a tardar mucho tiempo en romperse y errando, como supondrán, en el intento.
Como leen, vendí mi quimera, mi memoria y mi risa a alguien que llegó dos días antes. Creo que dejé en esa persona mucho más de lo que yo misma había conseguido, y se preguntarán, quizás, si mereció la pena.
Voy a contarles la verdad, o al menos lo que más se le aproxime; si nos estamos refiriendo al tiempo que duró aquella puñalada, no mereció demasiado. Si nos referimos a todo aquello que experimenté sensorialmente mientras duró, igual sí. Si nos referimos a la calidad, entramos en un problema. Entramos en un problema y les diré por qué, porque me mentí a mí misma diciéndome que había sido maravilloso y que nunca encontraría nada mejor, sabiendo de sobra que lo había, pero de igual modo poniéndome una venda en los ojos y caminando errante durante diez largos meses.
Por supuesto, rota la quimera, tuve que mandar al exilio a todo aquello que conllevaba la misma, y aquí es cuando volvemos a lo que les dije al principio respecto al olvido. Se exiliaron lejos de la quimera, pero se instalaron al lado de mi fuente de recuerdos, haciéndome tanto daño que me volví en contra no sólo del mundo sino también de mí misma.
Desde entonces hasta ahora, he decidido instalar mi otra realidad dentro de los escombros que quedaron de mi quimera, pensando que quizás en algún momento pueda volver a construir una realidad que ensartase a aquel actante magnífico de la historia que termino de contarles.
Y se preguntarán por qué no he olvidado algo que jamás pasó, les daré la respuesta. Saben? a veces es demasiado peligroso construirse un mundo que sea mucho mejor de lo que tu propia realidad es. Si a eso le sumáis una capacidad de recuerdo enorme y un olvido selectivo que nunca deja de actuar, tenéis el resultado, la clave por la que les escribo esto que, a su vez, viene motivada por mi estado: una nostalgia impertinente que no deja de acariciarme el cuello por las noches para hacerme creer que alguien duerme a mi lado. En efecto, duerme alguien, mi propia soledad.

No hay comentarios: