La alabanza al espacio que se cierne entre las ramas, al color que viste a las flores en primavera y al frescor del pinar en pleno diciembre.
Es un canto al naranja del níscalo y al color rojizo del vino.
Y un soplo de esperanza para las entrañas de la Madre Tierra que, con sus colores, cambia nuestro estado de ánimo e incluso desordena nuestro alma. En el peor de los casos, la naturaleza nos estaría abrazando con la mejor de sus promesas.
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