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domingo, 27 de junio de 2010

.He aquí una oda al espectáculo más maravilloso que un ser humano puede contemplar.
La alabanza al espacio que se cierne entre las ramas, al color que viste a las flores en primavera y al frescor del pinar en pleno diciembre.
Es un canto al naranja del níscalo y al color rojizo del vino.
Y un soplo de esperanza para las entrañas de la Madre Tierra que, con sus colores, cambia nuestro estado de ánimo e incluso desordena nuestro alma. En el peor de los casos, la naturaleza nos estaría abrazando con la mejor de sus promesas.

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