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jueves, 10 de junio de 2010

.Aquí te echo de menos mientras se me derriten los hielos del café y suena una voz tenue.
Y tú, probablemente, des-esperándote con tu futuro, durmiendo una siesta o trabajando, qué se yo.
Pero yo no puedo dejar de echarte de menos, a ti y a tus ojos verdes, a tu manera de hablar y hasta al modo en que recortas el espacio que nos rodea. Te echo de menos también porque te sorprendes cuando me ves, o porque al menos lo figuras muy bien, como si no pudieses reconocerme después del tiempo que, siendo poco o mucho, sigue jugando sus dados sin escrúpulos sobre dos tableros cuyas rayas esnifamos a medida que nos desesperamos. Pronto no quedarán rayas y nuestros tableros tendrán que aprender comunicación gestual, con lo difícil que es cuando te borran hasta los ojos.
Lo cierto es que lo he estado pensando en frío y creo que lo mejor es terminar de recortar el aire hasta que no quede oxígeno entre los dos, con eso terminaremos por no desesperarnos y tendremos que dejar el vicio de las rayas de los tableros. De ese modo, les dejaremos los ojos para que la comunicación gestual, cuando sea necesaria, les sea más fácil.
Y para cuando no tengamos más remedio que esnifarnos sus ojos, sólo tendremos dos opciones: perdernos por separado o continuar peligrosamente juntos de modo que no haya más remedio que nuestra propia decisión.

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