.Recordó el lejano tiempo en el que le atemorizaba el ruido de los coches y sus luces proyectándose a través de las líneas de la ventana anunciando que era una hora decente, anunciando que pronto tendría que poner los pies en el suelo tras el aullido pertinaz de la maldita tecnología.
El tiempo de las pastillas amarillas, de las miles de bolsitas de té a cualquier hora, de toda esa droga débil que deja al alma colgada de una alambre que se mece con el viento.
Y entonces llega alguien como una visión efímera para rescatarte del naufragio, te sube a las nubes, y, suavemente y sin argumentaciones de ninguna clase, te suelta en el degradado escenario de la realidad sin ni siquiera darte tiempo a agarrarte al raído telón. C'est dommage!
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