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domingo, 19 de julio de 2009


.Tenía que buscar un recuerdo feliz, el más feliz de todos, el que empapara sin remedio mis pestañas, y la encontré a ella. Yo apenas tenía dos años de edad, estaba sobre sus piernas que parecían grandes cojines de algodón y cantábamos una de esas viejas canciones populares que no se olvidan ni con la peor de las amnesias.
Y de repente, cuando comprobé de nuevo que sólo me quedaban millones de recuerdos felices, me eché a llorar sin remedio sobre el cojín de mi habitación aún sabiendo que eso no resolvería nada.
Era rabia, soberbia, nostalgia y tristeza. El peor cóctel que pueda tomarse un domingo.

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