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jueves, 21 de octubre de 2010

.Un recuerdo es como una persona. Puede echarte a perder o puedes echarlo a perder. Puede hundir tu dignidad, puedes hundirle la suya (que tienen, cuidado).
Son seres curiosos los recuerdos. Más poderosos que factores como el clima y mucho más poderosos que las pasiones que nos arrastran. Incluso podríamos decir que, en la escala jerárquica del poder, los recuerdos están (o casi) en la cúspide.
Cada recuerdo es diferente, como las personas. Y, como una persona, cuando se acerca, no sabes nunca qué reacción va a provocarte la colisión con él.
También pueden hacerte sentir horriblemente feliz o, por el contrario, horriblemente miserable en cualquier momento; eso también sucede con las personas.
Pero los recuerdos no entienden de algo esencial: si los tratas bien o los tratas mal. No lo entienden.
Aunque intentes portarte bien con ellos, pueden volverse contra tí sin motivo alguno (y viceversa).
Y como contrincantes son infalibles, no tienes escapatoria rápida si quieres librarte de ellos. La solución para combatirlos es el tiempo (y a veces ni siquiera eso).

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