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jueves, 21 de enero de 2010


.Casi seis años de resbalones en seco, de lágrimas en sus rebecas, de conversaciones telefónicas que probablemente hayan ocupado 2.387.434.778.307 horas de mi vida, pero siempre bien invertidas.
Seis años de mitos que nunca se cumplieron, de quimeras que se cayeron, rodaron y se partieron; seis años de abrazos, de comodidad a su lado, de perfectas asimetrías entre ella y yo.
Seis años de conversaciones por las mañanas, de miedo delante de los exámenes que se avecinaban. Seis años de adolescencia, de gente que llegó, de otra mucha gente que se fue, de muchos sábados locos y de noches de verano que serán difíciles de olvidar. Probablemente, los seis años de mi vida mejor aprovechados.
Dicen que la adolescencia es quizás la etapa más complicada en la vida de una persona, y hay un alto riesgo de que esa afirmación sea cierta, pero tengo que decir que ella ha contribuido a que lo difícil sea más fácil, y a que lo fácil no deje de ser interesante.
Tampoco creo equivocarme al afirmar que en el hecho de que parte de mis sueños se hayan cumplido y de que yo esté ahora aquí, donde siempre quise, haciendo lo que realmente me apasiona, sea algo en lo que ella ha contribuido notablemente. Seis años creciendo juntas, aguantándome, diciéndome a veces lo que no quería escuchar. Seis años de sueños que nunca se cumplieron, de barreras que jamás nos separaron.
Creo que se merece un premio.
porque hacer feliz a una persona es una de las cosas más bonitas y difíciles que existen.

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