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viernes, 2 de octubre de 2009


.Lejos de la imaginación y de la ficción, abrí su cajetilla, que olía a él cuando llegaba por las mañanas a mi casa en pleno febrero contándome que no se veía capaz de conseguir sus metas, cuando llegaba y me animaba las mañanas de los sábados, cuando salía al balcón de mi casa a fumar, cuando despedazaba las mordazas de mi realidad con un par de palabras. Y empecé a fumar, esta vez de veras, como si los recuerdos se me esfumasen con cada calada, como si me negara a aceptar los kilómetros que se interponían en nuestras calzadas, como si la memoria no bastase para sobrevivir.
Y acepté que ni siquiera sus cigarrillos iban a hacerme sentir junto a él, que ni siquiera eso bastaba para bordar mi materia gris, ni tampoco para vestir mis recuerdos de añil.

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