No voy a negarles que todo aquello fue tremendamente excitante y que, durante el escaso tiempo que transcurrió desde el inicio hasta el fin, estuvimos algo por encima del límite de velocidad aconsejado (quién sabe si fue precisamente eso lo que nos llevó a aquel siniestro parcial). Pero, como todo viaje a Amsterdam, fue fugaz y terminó en mi caso con técnicas de autoconsuelo que más tarde me torturarían hasta límites insospechados.
En realidad no sé por qué vengo a contarles todo esto cuando probablemente ni siquiera les interese imaginar de qué o de quién estoy hablando, pero creo que tiene algo que ver con todo eso de que, desde el momento en que te das cuenta de algo hasta el momento en que te decides a ponerlo en práctica y de hecho lo haces, tal vez la vida te haya colocado en otra partida sin que apenas hayas percibido tu propia derrota.
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